miércoles, 13 de noviembre de 2013

Pesadilla


Soñé que me perdía en un laberinto de libros que no podía leer porque estaban escritos en un alfabeto para mí incomprensible.

4 comentarios:

  1. Hombre, a Borges una situación parecida ("La biblioteca de Babel") no le pareció tan horrible. Todo tiene su aquél, si se sabe buscarlo.

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  2. Tampoco me lo parecería a mí si pudiera leer los libros, que en este caso están escritos en búlgaro.

    JLGM

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    1. Borges conferenciando, recordarán:

      « (…) Agrega [Addison] que de todas las operaciones del alma (de la mente diríamos ahora, ahora no usamos la palabra alma), la más difícil es la invención. Sin embargo, en el sueño inventamos de un modo tan rápido que equivocamos nuestro pensamiento con lo que estamos inventando. Soñamos leer un libro y la verdad es que estamos inventando cada una de las palabras del libro, pero no nos damos cuenta y lo tomamos por ajeno. He notado en muchos sueños ese trabajo previo, digamos, ese trabajo de preparación de las cosas.

      Recuerdo cierta pesadilla que tuve. Ocurrió, lo sé, en la calle Serrano, creo que Serrano y Soler, salvo que no parecía Serrano y Soler, el paisaje era muy distinto: pero yo sabia que era en la vieja calle Serrano [hoy Jorge Luis Borges] de Palermo. Me encontraba con un amigo, un amigo que ignoro: lo veía y estaba muy cambiado. Yo nunca había visto su cara pero sabía que su cara no podría ser ésa. Estaba muy cambiado, muy triste. Su rostro estaba cruzado por la pesadumbre, por la enfermedad, quizá por la culpa. Tenía la mano derecha dentro del saco (esto es importante para el sueño). No podía verle la mano, que ocultaba del lado del corazón. Entonces lo abracé, sentí que necesitaba que lo ayudara: “Pero mi pobre Fulano ¿qué te ha pasado? ¡Qué cambiado estás!” Me respondió: “Sí, estoy muy cambiado”. Lentamente fue sacando la mano. Pude ver que era la garra de un pájaro.

      Lo extraño es que desde el principio el hombre tenía la mano escondida. Sin saberlo, yo había preparado esa invención: que el hombre tuviera una garra de pájaro y que viera lo terrible del cambio, lo terrible de su desdicha, ya que estaba convirtiéndose en un pájaro. »

      Así que en su también kafkiana pesadilla, ni una sola estantería ya en pasillos y pasillos con cada vez columnas más altas de libros, pasta contra pasta unos encima de otros. (…) Malestar creciente del estómago a la garganta (suele leerse). (…) ¡Hojear un libro! Aun desconociendo el alfabeto cirílico, había que leer uno, uno siquiera. (…) Hasta la angustia en su climax: último esfuerzo para equilibrar bien las piernas contra el suelo y derrumbar un montón. Y el entonces… entonces de los niños. Entonces ningún montón puede caer, ningún libro hojearse. Ni garra ni nada: en su sueño usted descubre que es completamente manco. (¡Pues dale un puntapié!, y luego abres el libro con la boca). Algo así, entonces, pero mejor.

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